Me gustaría dedicar un tiempo a hablar del miedo y a enfocarlo, como siempre, con una mirada filosófica y orientada al autoconocimiento.
También porque muy a menudo convivimos con el miedo y nos hace pasar un rato desagradable o muy desagradable. Por ello, muchas veces lo consideramos algo negativo, algo a controlar, a reprimir y, muchas veces, estamos incluso enfocados en buscar no tenerlo.
Me gustaría, además enfocar el miedo, precisamente por lo mucho que nos hace sufrir, con una mirada cariñosa, con una mirada auténticamente filosófica.
Sabemos que los niños/as lo tienen y tendemos a pensar (en este pensar no reflexionado y que tanto damos por hecho) que de adultos se nos debería pasar, que no debemos tener miedo.
Como adultos, a veces, nos empujamos a ser y a sentir como se debería y nos olvidamos de lo que verdaderamente está pasando y, por ello, nos olvidamos de nosotros mismos.
Quizás sería más sencillo, más honesto y también más liberador aceptar que tenemos miedo y que, además, lo tenemos a menudo
- Miedo al qué dirán
- Miedo de nuestro propio deseo
- Miedo a morir
- Miedo a la enfermedad y al dolor
- Miedo al descontrol
- Miedo al fracaso y a no ser alguien
- Miedo a la incerteza
- Miedo a lo desconocido y a los desconocidos
- Miedo a la crítica
- Etc.
Y tenemos tanto miedo que, aunque nos lo justifiquemos o lo maquillemos está.
Dedica un tiempo a escucharte, ve hacia donde no quieres ir de ti y escucha. Verás que ahí hay un trasfondo de miedos y que, a menudo, te condicionan a vivir de una forma muy determinada.
Además, justo con el miedo, está el tema de cómo convivimos con él. No solo nos condiciona sino también lo reprimimos, reprimiéndonos a nosotros mismos y juzgándonos y recriminándolos el tenerlo.
Diría que de miedos hay dos tipos. Está es una teoría mía, por lo que escucho en los demás y por la experiencia en propia piel.
Los miedos primarios: los llamo primarios, aunque quizás el nombre bien podría ser naturales. Son los miedos con los que va aparejada la vida. Nuestra vida no es una fortaleza, somos vulnerables y aunque nos da miedo aceptarlo, no podemos soslayar que somos precarios. No tenemos el control de nuestra vida tampoco de la muerte, no sabemos si nuestros deseos se cumplirán y el precio que podemos pagar si vamos a su alcance.
No sabemos mucho de casi nada y éste no saber nos abre la puerta al miedo.
Tampoco confiamos mucho en nosotros, no hablo de pensar a lo grande, de pensar que todo lo podremos, sino de sabernos sostener, algo de lo que hablaré más adelante.
Quedemonos de momento en el hecho de que en el no confiar nos generamos más miedo.
Aquí empiezan a aparecer los miedos secundarios. Esos miedos secundarios son los miedos primarios alimentados por la cabeza, por la mente.
Acordémonos de Goya: el sueño de la razón produce monstruos.
Sé que está frase se puede leer en varios sentidos. Entendamos, en este caso, sueño por desvarío y, sí, el desvarío de la razón produce monstruos o, mejor, con el sueño y desvarío de nuestra razón nos producimos monstruos.
Aunque no sabemos mucho de casi nada, creemos que como adultos pensamos mucho, que sabemos muchas cosas e, internamente, que, gracias a la razón podemos poner luz a esos miedos y solucionarlos.
Y sí, algo podemos hacer con la razón para recudir los miedos, pero no todo.
Lo que normalmente hacemos, como tampoco sabemos pensar, es alimentar esos miedos. Y no sabemos pensar porque efectivamente, como dice Goya, nuestra razón (la verdadera razón) está dormida.
Con la cabeza intentamos controlar los miedos y lo que hacemos es inflarlos. Esta es una estrategia controladora que debe estar proyectada en el futuro, puesto que busca poder tener resueltos todos los escenarios posibles.
También hay una estrategia represora, que niega el miedo. Hay estrategias evasivas que lo distraen y, por ejemplo, estrategias infantiles que buscan que sea los otros que les resuelvan el miedo. Hay, en fin, infinidad de estrategias y todas ellas buscan acallarlo, con la esperanza de eliminarlo.
Este objetivo de buscar eliminar el miedo es lo que lo convierte en un fantasma. Intentamos a través de algo racional acallar algo irracional que está hablando de nosotros.
Podría estar hablando mucho tiempo sobre el miedo puesto que mientras escribía este artículo se me van ocurriendo más cosas.
Sin embargo, me voy a la parte práctica. Qué nos propone la filosofía?
Pues muchas cosas y la que menos quiero recomendar es la cita de algún autor/a
Lo que quiero recomendar es que nos convirtamos nosotros mismos en filósofos/as y acompañantes de nosotros mismos.
Primeramente, para aceptar que tenemos miedo, para reconocerlo. Creo que es importante desvelar, denunciar, la máscara impostora que como adultos llevamos encima. Reconocernos, a veces, con miedo e, incluso, miedosos.
Segundo, entender que el miedo va ligado a la vulnerabilidad con la que estamos constituidos. Sabernos vulnerables (y creo que no nos podemos escabullir de ello) es lo que nos empuja a ocuparnos de nosotros mismos, a cuidarnos, que es la otra cara etimológica del verbo pensar que, en esta sociedad patriarcal y moderna, no tenemos en cuenta.
Tercero. Hacer un trabajo sobre los miedos secundarios.
- Para indagar qué creencias apuntalan. Tener miedo al qué dirán o al fracaso son miedos generados por determinados pensamientos y el hecho de descubrir que tenemos éstas creencias nos permite trascenderlos. Me parece importantísimo si estamos haciendo un camino de autoconocimiento saber que los miedos dicen de nosotros. Si en vez de acallarlos los escuchamos, aprenderemos muchas cosas de nosotros. Para escucharlos, no obstante, nos toca aprender a sostenerlos (hablo más adelante de ello).
- Hacer un trabajo para saber convivir con la máquina imparable que albergamos. El 80% de lo que pensamos es basura y podemos pensar de una forma más esponjosa pero, especialmente, con mayor calidad para nosotros. Que nuestros pensamientos no nos jueguen malas pasadas. Aclarar que mayor calidad no es mayor cantidad de conocimientos o libros, sino más parar, más silencio y más escucha, entro otros.
Cuarta. Poder convivir con los miedos primarios. Esto implica abandonar la creencia (patriarcal) de que los miedos hay que suprimirlos.
El miedo, como cualquier emoción, está y sirve para cuidarnos, para ser prudentes y para acompañar nuestro deseo.
Siempre que hay deseo, habrá miedo. Entonces, mejor no reprimir el miedo para desear con mayor profundidad.
Qué nos da la filosofía en este sentido: la actitud filosófica. Lo que verdaderamente es el camino filosófico. No un saber, sino un ESTAR, un saber estar o una sabiduría.
Consiste, como Sócrates dijo, en aceptar que no sé nada, que tengo nulo control del futuro y que debo ocuparme de mi presente.
La filosofía nos invita a estar disponibles (en el lugar adecuado), a no suponer y esto es, propiamente, confiar. Confiar no es pensar que todo irá bien (eso es carnaza para nuestro miedo), sino en saber estar aquí y ahora, velando y cuidando de nosotros. Sosteniendo nuestro miedo.
Y todavía más práctico: cómo sostengo el miedo? Con poca cabeza y mucho cuerpo.
Aterrizando en mi, respirando conscientemente, de una forma pausada y con el miedo al lado. Esta es una forma de estar que se asemeja al abrazo que le daríamos a un niño que tiene miedo y que busca refugio y protección. Pues bien, nuestra respiración es nuestro hogar, nuestra casa y, si la habitamos, si nos habitamos, podremos sostener este miedo que tanto nos conecta con la vida pues es el reverso del deseo.
Espero que os haya sido de interés, también espero vuestros comentarios, sugerencias, críticas… y que tengáis buena práctica con la respiración.