Qué gran oportunidad es la de reunirnos en familia y poder pasar así un tiempo juntos. Es este un momento para el encuentro: para actualizar cómo está cada cual, para recordar aquellos que ya no están o experiencias compartidas antaño… y ¿no será éste también un buen momento para filosofar? El momento no puede ser mejor… ¡¡cuántas cosmovisiones tan diferentes reunidas!!
Pero, ¿sabemos hacerlo?
Mayoritariamente, tenemos la experiencia de que las discusiones sólo sirven para apuntalar con más firmeza las creencias de cada cual. Sabemos también que muchas veces esconden rencillas (celos, envidia…) no resueltas entre los participantes, o bien, como no, a menudo son banderas para demostrar la valía, sabiduría, experiencia y buen tino de aquel que las fomenta. Cuando salen con alguna de estas características, o bien acaban en trifulca (la de cada año, la de los de siempre), o bien, en la medida de lo posible, se pasa o impone un tupido velo, de tal forma que, cambiando de tema, reine una paz autoimpuesta.
De hecho, todos tenemos un mapa trazado de antemano para sentarnos con aquellos más afines a nuestras cosmovisiones de tal forma que el conflicto quede resuelto de antemano a través de una buena estrategia previsora. Y es que aquello que pasa cuando los debates se convierten en discusiones es que ya no se defienden o postulan ideas, sino que se defienden y atrincheran personas, en una forma de debatir en la que nos tomamos los argumentos como dardos contra nuestra persona y con los que respondemos con saetas igualmente afiladas.
Pero, ¿no estamos perdiendo una buena oportunidad?
Es evidente que la perdemos al no poder saber lo que cada uno piensa sobre temas diversos y la riqueza que tal diversidad comporta. Además, perdemos la oportunidad de conocer más allá de las buenas maneras a la personas que tenemos delante, a las que, generalmente, queremos. Damos prioridad a pasar entre todos un buen día, sin tener suficientemente presente que el precio que pagamos es una hipocresía bien intencionada.
¿Qué se requiere para un buen filosofar familiar?
- Una buena escucha.
- Un tiempo para cada cual.
- Deslindar cuándo se está hablando del tema y cuándo se está aprovechando el tema para solventar asuntos pendientes entre los participantes. En este caso, resolver antes los segundos. ¿Cómo sería una comida o cena familiar en la que sus miembros pudieran hablar con el corazón en la mano de lo que realmente les pasa entre ellos? Por ejemplo, de aquellos asuntos que con el tiempo han quedado irresueltos, de aquellos me dijiste… que se han intentado olvidar, pero que pujan continuamente y tiñen aquello que decimos; de los te olvidaste, me debes, etc. ¿Cómo vamos a debatir y, de hecho, a convivir, si no podemos hablar con honestidad entre los más queridos?
- No querer cambiar a nadie. Nadie tiene la visión de Dios.
- Identificar cuándo nos estamos valiendo de los argumentos para mostrar nuestra valía como personas. Es un buen momento para darnos cuenta que si nuestra valía la demostramos así poco substrato tenemos. La valía no hace falta mostrarla, la tenemos de antemano, todos por igual.
- Poder saber que no tenemos que demostrar nada, que nos podemos equivocar o que estamos ahí para aprender.
- La lógica es un buen aliado para validar los argumentos siempre y cuando mantenga una mirada a lo que emocionalmente va pasando.
Los encuentros familiares son un momento único para hablar con aquellos que más queremos, en los que estrechar lazos implica mostrarnos en lo que somos, sin aparentar. Es una ocasión para la mediación, para el reencuentro, para la escucha hacia el otro, para la propia escucha, para aprender, para deshacer entuertos… una oportunidad para querer y querernos sin artificios… qué mejor que la reflexión conjunta, entre amigos o familia, que el filosofar ejemplifica y permite. Un diálogo abierto, honesto, y compartido.